Hemos perdido la fe y con eso, un gran sostén emocional. 

Cada vez hay menos gente creyente y a la vez, más gente perdida.

Creer en algo nos da fuerza, nos alivia en momentos de dolor, nos da esperanza, nos alienta y nos recoge. Y da igual en lo que creas mientras que sea algo superior que sientas por encima de tí y no sea terrenal.

Dios, la energía, la vida, el karma, el destino...creer que hay algo por encima de nosotros que nos protege, nos cuida o que se encarga simplemente de poner las cosas en su sitio, nos quita el miedo y hasta a veces, la responsabilidad, que nos puede generar ansiedad si pensamos que de nosotros depende toda nuestra vida.

Necesitamos comprender las cosas, porque comprender, es aliviar, y cuando no conseguimos entender, pensar que Dios, el universo o el destino tiene un plan diferente para nosotros y que conseguiremos entenderlo más adelante, nos ayuda a calmarnos enormemente.

Pero ahora, se lleva lo escéptico, pues el egocentrismo va ganando la partida y no aceptamos la idea de no ser lo más importante de nuestra vida. No cedemos el control de nuestra existencia a nadie salvo a nosotros mismos y puede que por eso nos cueste tanto confiar, estar seguros, relajarnos, vivir sin planearlo todo al máximo, dejar de rumiar, la reflexión profunda o relativizar lo que nos sucede y dejar que las cosas pasen, sin más.

Nos hemos quedado sin confianza porque no tenemos nada a lo que agarrarnos salvo a nosotros mismos, y eso no nos calma en absoluto, pues somos conscientes de la de veces que no nos priorizamos, que no nos vemos capaces de afrontar las cosas, de la de errores cometidos, de nuestras heridas sin sanar o nuestros defectos más tercos, 

y...¿quién podría estar seguro dependiendo de alguien tan humano como uno mismo?